Durante la conferencia de Mons el 11 de noviembre de 1917 Ludendorff presentó su plan de
concentrarse masivamente para la primavera del año siguiente en el frente Occidental, en particular contra los
británicos, especificando que no había otras alternativas
viables. Consideraba que el mejor área para
actuar sería Flandes, porque el enemigo no tendría espacio para maniobrar
cuando, según esperaba, sus posiciones cedieran. El estado del terreno podía constituir una dificultad que obligara a hacer rectificaciones sobre el punto escogido para el avance. Debido a las lluvias Flandes estaría todavía impracticable en
esas fechas.
Las posibilidades objetivas del proyecto de Ludendorff se apoyaban en la capacidad de los ejércitos del extinto frente Oriental de transferir unidades ( con 500.000 de hombres al menos ), y por el excelente rendimiento demostrado por las Sturmtruppen gracias a su proceso de selección de los mejores combatientes y las tácticas de infiltración. Se contaba asimismo con las tropas destacadas en Italia puesto que Arz von Strausenburg había prometido que serían sustituidas por los contingentes austrohúngaros liberados del servicio en el Este.
Las posibilidades objetivas del proyecto de Ludendorff se apoyaban en la capacidad de los ejércitos del extinto frente Oriental de transferir unidades ( con 500.000 de hombres al menos ), y por el excelente rendimiento demostrado por las Sturmtruppen gracias a su proceso de selección de los mejores combatientes y las tácticas de infiltración. Se contaba asimismo con las tropas destacadas en Italia puesto que Arz von Strausenburg había prometido que serían sustituidas por los contingentes austrohúngaros liberados del servicio en el Este.
Pero los
sentimientos optimistas no eran unánimes. Cundían los persistentes rumores
sobre la escasez de forraje y caballos para el transporte y de que se estaban rozando los
limites en la capacidad alemana de
reclutamiento de nuevos soldados. Los oficiales de mayor rango que
exteriorizaban sus dudas eran el general Groener y el príncipe Ruperto de
Baviera. Pensaban que una estrategia defensiva era más eficiente, teniendo en
cuenta los reemplazos decrecientes. Preferían redondear y acortar los frentes apoderándose
de Salónica y el norte de Italia, dejando la iniciativa a los Aliados en el
frente Oeste, esperando que se densangraran inútilmente, como había ocurrido en
1917.
Al respecto Ruperto
escribió al káiser: “ Nos afectan dos
obstáculos irremediables, la gradual reducción de reemplazos de tropas y
caballos, que solamente irá a peor. Estamos en una posición capaz de asestar
unos pocos golpes severos al enemigo en Occidente, pero apenas para infligirle
un revés decisivo, así que es de esperar que la batalla al cabo de pocos meses conduzca de nuevo a la desesperante guerra
de posiciones. Quien ganará finalmente dependerá al cabo de quién pueda prolongar sus efectivos humanos, y a este
respecto estoy convencido de que el enemigo tiene mejores perspectivas, gracias
a los americanos, aunque naturalmente solo lo pueda hacer gradualmente”
No obstante,
había consenso entre la oficialidad de que se podía ganar un considerable éxito inicial, por
más que persistieran dudas sobre su continuidad. Un coronel, Albrecht von Thaer, expresaba
así el dilema: “¿ Como de grande debe ser[ la ofensiva], o cuanto debe
extenderse, para llevar al enemigo a la mesa de paz?”
Tal vez el
opositor más significativo ( aunque no el más evidente ) a la nueva estrategia de Ludendorff de concentrarse en un choque decisivo en
Occidente era el general
Hoffmann, precisamente su antiguo subordinado en Rusia en la etapa del Oberost y ahora principal encargado
de las tareas de ocupación y de vigilancia en los territorios de Europa
Oriental. Desde finales de 1917 una corriente en la opinión pública mantenía que Alemania debía concentrarse en administrar el vasto espacio
controlado tras el armisticio con los
bolcheviques, confirmado y ampliado en
Brest-Litovsk, aprovechando los inmensos
recursos agrícolas y mineros disponibles en Ucrania y otras áreas del antiguo
imperio zarista, ya que estos le permitirían superar los efectos cada vez mas
demoledores del bloqueo naval Aliado. De este modo se materializarían los
modelos de “Mitteleuropa” profetizado por los industriales y de la “nueva Orden Teutónica” en el Báltico alentado por los pangermanos y
el mismísimo Ludendorff antes de 1917.
Sin embargo,
esta alternativa repugnaba a los estamentos del OHL, al duo director Hindenburg-Ludendorff, y todavía más al gobierno del canciller Hertling ( que había reemplazado a Micaelis desde el 1 de noviembre del año anterior ) y la administración civil porque no establecía
una conclusión definitiva de la guerra, sino que consagraba su prolongación. Y el malestar
creciente en la población de las Potencias Centrales era evidente. Una oleada de huelgas había llegado a su culminación el 28 de enero de 1918, seguida en Berlín por 400.000 trabajadores y extendida en los días siguientes a otras ciudades. Entre otros sectores, afectó a las fábricas de municiones, una producción esencial para el mantenimiento de la guerra. Las autoridades tuvieron que decretar la ley marcial en la capital y en Hamburgo para restablecer la normalidad, y alistar a miles de los revoltosos como penalización.
El ambiente en la vecina Austria-Hungría era incluso más alarmante. También menuderaron durante el invierno de 1918 huelgas y manifestaciones callejeras de protesta por las condiciones de vida en Viena y Budapest, y muy especialmente el 1 de febrero se produjeron motines en la flota del Adriático basada en Cattaro, dirigidos por dos socialistas checos. En una exhibición de batiburrillo ideológico, 6.000 marineros ondearon la bandera roja expresando sus simpatías por el bolchevismo, al tiempo que reivindicaban la autonomía de las nacionalidade, una paz sin anexiones y la desmovilización. La lealtad de los marineros alemanes de submarinos presentes en la base, de la guarnición del lugar y la llegada de buques desde Pola permitió atajar el peligroso brote, que se saldó con 40 juicios y 4 ejecuciones.
Hechos semejantes, unidos al ejemplo de la vecina revolución rusa desaconsejaban alargar las hostilidades, siquiera unos meses. Era imperativo forzar en los campos de batalla una solución favorable…e inmediata.
El ambiente en la vecina Austria-Hungría era incluso más alarmante. También menuderaron durante el invierno de 1918 huelgas y manifestaciones callejeras de protesta por las condiciones de vida en Viena y Budapest, y muy especialmente el 1 de febrero se produjeron motines en la flota del Adriático basada en Cattaro, dirigidos por dos socialistas checos. En una exhibición de batiburrillo ideológico, 6.000 marineros ondearon la bandera roja expresando sus simpatías por el bolchevismo, al tiempo que reivindicaban la autonomía de las nacionalidade, una paz sin anexiones y la desmovilización. La lealtad de los marineros alemanes de submarinos presentes en la base, de la guarnición del lugar y la llegada de buques desde Pola permitió atajar el peligroso brote, que se saldó con 40 juicios y 4 ejecuciones.
Hechos semejantes, unidos al ejemplo de la vecina revolución rusa desaconsejaban alargar las hostilidades, siquiera unos meses. Era imperativo forzar en los campos de batalla una solución favorable…e inmediata.
Aparte del uso de las Sturmtruppen y de los cientos de miles de refuerzos procedentes de Rusia,
Ludendorff contaba con otra baza: su nueva estrategia de golpes escalonados. Hindenburg
escribía sobre el método: “ desmoronar el hostil edificio mediante golpes
parciales conectados y cercanos de modo que más pronto que tarde todo el
entramado se colapse”. El comandante Georg Wetzell, jefe de operaciones de Ludendorff desde hacía un año, concretaba : “ El conjunto de
la acción ofensiva no debe consistir en un simple ataque a gran escala en un
sector(…) el conjunto de la acción debe estar compuesta de varios ataques,
teniendo el más fuerte efecto recíproco, en varios sectores, con el objeto de
agitar todo el frente inglés”
FOTO. GEORG WETZELL, JEFE DE OPERACIONES DEL OHL DESDE VERANO DE 1916
FOTO. GEORG WETZELL, JEFE DE OPERACIONES DEL OHL DESDE VERANO DE 1916
La decisión
de jugárselo todo a una carta apostando por el hundimiento anglofrancés antes
de que el grueso del nuevo ejército americano pudiera desplegarse en Francia
fue finalmente aprobada. Ludendorff arrojaba sobre los hombros de los sufridos guerreros alemanes la inmensa responsabilidad de la existencia última del II Reich en una jugada
de máximo riesgo.